¿Cuándo fue la última vez observaste verdaderamente lo que te rodea? No me refiero a esa mirada distraída mientras caminas por la calle, sino a esa mirada profunda que hacías cuando eras niño, cuando todo esperaba por ser descubierto.
La curiosidad es un arte, una habilidad que podemos cultivar y que tiene el poder de transformar significativamente nuestra experiencia de vida.
En estos tiempos estamos viviendo en una paradoja. Tenemos acceso a tanta información, pero muchos de nosotros hemos perdido el arte de hacer preguntas genuinas.
La curiosidad genuina es revolucionaria:
Cuando te vuelves curioso, empiezas a cuestionar tus rutinas y tu vida. ¿Por qué desayunas siempre lo mismo? ¿Por qué asumes que las cosas “son así y punto”?
Transforma cualquier situación en una aventura. En lugar de frustrarte, empieza a preguntarte: “¿Qué debo de aprender de esto que estoy atravesando? ¿Qué no estoy viendo?” Ante muchísimas situaciones olvidamos preguntar y sin preguntas no hay reflexión. ¿Entonces cómo aprendemos?
Antes de cultivar la curiosidad, debemos reconocer qué la mata:
El miedo al juicio. “¿Qué van a pensar si hago esta pregunta?” La curiosidad requiere vulnerabilidad, es estar dispuesto a reconocer que somos desconocedores de algo sin tener que sentirnos menos.
Así que hoy dile adiós a la prisa, la curiosidad necesita espacio para respirar. Es imposible ser curioso cuando vas muy rápido, no olvides pausar para reflexionar. Vuelve a ser un niño y pregunta sin miedos, la humildad intelectual nos abre puertas que nadie puede cerrar. Tus pensamientos serán desafiados, quizás habrán ciertos cambios en ti según vayas recorriendo este nuevo camino. Así que te dejo un desafío: durante la próxima semana, conviértete en el investigador de tu vida. Haz preguntas incómodas y explorar absolutamente todo.
Tu vida está llena de sorpresas que esperan ser descubiertas. Ya tuviste tiempo para no ser curioso y ahora toca serlo.